Situémonos

Vamos a empezar por dónde está Santa Brígida. No crean que les voy a describir ningún gran sitio, ni siquiera les voy a describir un lugar sano y loable. Santa Brígida es un pueblito pequeño en las medianías de la isla de Gran Canaria. Un sitio en el que, durante mucho, mucho, mucho tiempo la mayoría de sus habitantes, aún a sabiendas de ello, votaron a un ladrón para que ejerciera de alcalde. Y cuando por fin un juzgado demostró que era un ladrón siguieron votando al mismo partido político del que formaba parte, por costumbre. Por que Santa Brígida es un pueblo de costumbres, de gente que respeta las tradiciones, gentes sencillas más allá de deber y mentes pequeñas más allá de la psiquiatría, de cuchicheos y viejas criticonas, muchas con bigote y asiento reservado en la Mallow, bar exótico y tradicional donde los haya, desde las ocho de la mañana a las diez de la noche, o más. Un gran pueblo de pueblerinos que se llama a si mismo Sataute, donde los jóvenes no tienen futuro y los viejos se dan golpes de pecho en la barra del bar bajo el influjo de unos cuantos rones mañaneros. Un pueblo que se cae a trozos, en donde nunca pasa nada y, lo que es peor, donde nadie quiere que pase nada. Un pueblo en el que tener una casa significa pagar unos impuestos más altos que en la ciudad de Las Palmas, por unos servicios públicos del tercer mundo. Sí, Santa Brígida es el último reducto de los miserables, y no me refiero a los de Victor Hugo.

En medio del casco de este paraiso para prevaricadores, ladrones, correveidiles e hipócritas hay una Comunidad de Propietarios: La Comunidad de Propietarios 96 Viviendas de Santa Brígida, en donde, como si fuera una reducción surrealista al absurdo, se reflejan todos los males del pueblo. Un mundo aparte en el que las viejas criticonas, con bigote y sin el, critican más. Donde los jóvenes brillan por su ausencia, porque salen por patas desde que tienen uso de razón. Donde los seis portales que la forman se caen más a trozos que el propio pueblo. Donde molesta que un niño llore por la noche, que alguien ponga música o que un perro ladre durante el día, que una chica soltera haga sonar el somier de su dormitorio, donde los machos son machos y las mujeres se dedican a levantar el visillo de la ventana para ver quien llega o se va a las dos de la mañana, donde las conversaciones se hacen en voz baja y con mirada por el rabillo del ojo, por si alguien está poniendo la oreja y todos son fulanitos y fulanas. Donde todo lo garrulo que es Santa Brígida allí lo es el cuádruple entre cuadrúpedos.

Sí, situémonos antes de empezar. Este es mi mundo. En medio de este infierno de la razón vivo y me divierto. Porque si tengo que ser una puta con bigote lo seré partiéndome el culo, riéndome hasta de mi sombra.

Y al/la que no le guste ya sabe, puerta.

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